Ante la pasividad más absoluta de los Gobiernos, los datos sobre el “irreversible y generalizado impacto” de los gases de efecto invernadero sobre el planeta no dejan de sucederse
Más allá de la escasa preocupación de la mayoría de los gobiernos del mundo y de las costosas campañas negacionistas del cambio climático costeadas por oligopolios industriales y energéticos que emplean más de mil millones anuales a través de casi doscientas fundaciones con este fin, los datos sobre el “irreversible y generalizado impacto” de los gases de efecto invernadero sobre el planeta no dejan de sucederse.
Hace unos días la Organización Meteorológica Mundial volvía a insistir, a través de su secretario general, que “se nos está agotando el tiempo” para atacar el imparable crecimiento del calentamiento global. En su último boletín anual la OMM señala que el dióxido de carbono (CO2) experimentó a lo largo de 2013 la mayor subida acelerada de los últimos treinta años y habla de consecuencias que “podrían ser devastadoras”.
Durante el año pasado la concentración de CO2 en la atmósfera alcanzó el 142% del nivel de la era preindustrial, el de metano el 253% y el de óxido nitroso el 121% y un cuarto de las emisiones son asumidas por los océanos. Según el Proyecto Internacional sobre el Carbono Oceánico de la Comisión Intergubernamental de la Unesco, el Comité Científico sobre Investigación Oceánica y el Centro Internacional sobre la Acidificación de los Océanos, del Organismo Internacional de Energía Atómica, el ritmo de acidificación de los océanos no tiene precedentes en los últimos 300 millones de años, lo que afecta de lleno a la supervivencia, el desarrollo y el crecimiento de la vida marina.
Según adelanta el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU en un informe que pretende presentar antes del final de este año, las emisiones de gases de efecto invernadero crecieron a un nivel de 1,3% cada año desde 1970 hasta el 2000, pero desde entonces hasta ahora el incremento anual ha sido de un 2,2%. Una de sus conclusiones es que “el riesgo de un cambio abrupto e irreversible aumenta mientras crece la magnitud del calentamiento” del clima en la Tierra. Los científicos encargados del estudio plantean que está en manos de los políticos poner freno a esta situación; que hay que realizar cambios en la economía reduciendo el crecimiento económico y que es necesario hacer la transición desde una economía basada en la producción de energía con carbón, petróleo y gas hasta otra baja o nula en carbono. Insisten, además, en un gran cambio institucional y tecnológico y en destacar la importancia de las renovables y la eficiencia energética y denuncian que las inversiones globales en energías limpias se ha reducido por segundo año consecutivo en un 14%. El panel de expertos recomienda triplicar las energías renovables en los próximos años y reducir el 70% de las emisiones. Lo mismito -permítanme la ironía- que se está haciendo en España y en Canarias, donde la consejera de Industria clama una y otra vez por la implantación de plantas de gas en el archipiélago, siguiendo el mandato del PSOE en todo el Estado. Y nos lo intenta vender como una panacea, con la complicidad del PP (que participa de las mismas estrategias y servidumbres) y CC (dividida también en esto, pues un sector lo cuestiona).
La comunidad científica no deja de advertirnos que la transformación dañina de la Tierra avanza inexorablemente. La escasez de agua dulce y de alimentos, el incremento de la desertización y de las inundaciones por el crecimiento de las precipitaciones, el aumento del nivel del mar, la desaparición de especies animales y vegetales o el avance de las enfermedades infecciosas, como advierte la OMS, son algunas de las peligrosas consecuencias de esta deriva climática.
Según un estudio de la prestigiosa revista Science, en colaboración con universidades inglesas, latinoamericanas y norteamericanas, la “defaunación” que se está produciendo en el planeta en estos momentos, fruto de la actividad humana, está propiciando la sexta extinción masiva de la historia de la vida animal en la Tierra. Pero son muchos más los investigadores que nos insisten sobre estos aspectos. En una reciente visita a Tenerife, Sir John Houghton, catedrático de Física de la Atmósfera de Oxford y uno de los impulsores del IPCC de la ONU, afirmó con rotundidad que “es entendible que las industrias tengan una visión más restrictiva de las cosas, pero los gobiernos deben velar por los intereses no solo de la generación actual sino de las del futuro, y en muchos casos no lo están haciendo. El mundo estaría mucho mejor con las energías renovables: sería más limpio, seguro y rentable a largo plazo”.
Frente a los que niegan interesadamente el cambio climático, a los irresponsables a quienes no les preocupa porque los daños son lentos y no les afectará en pocos años y frente a los que se rinden y no plantan cara, en un artículo reciente publicado en El País, la secretaria ejecutiva de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático, Christiana Figueres, el Nobel Mario Molina y el científico de la universidad de Kansas, Joseph Alcamo, escribían que si lo que queremos es erradicar la pobreza y lograr un mundo más seguro, “hemos de mantener una visión a largo plazo sobre la neutralidad del carbono, sólo así garantizaremos que los 9.000 millones de personas que habitarán la Tierra en 2050 tengan expectativas de vidas reales e ilusionantes”.
Ante estos datos, John Kerry, secretario de Estado de EEUU, acaba de manifestar que si no se actúa con rapidez, “la ciencia nos dice que nuestro clima y nuestra forma de vida están en peligro”. Por eso Obama, en contra de los conservadores americanos, ha puesto en marcha medidas urgentes para proteger zonas de su país y para reducir las emisiones y, lo más importante, ha diseñado una campaña intensa para persuadir a sus ciudadanos de que el calentamiento global es real. Está convencido de que de no actuar tendría que emplear entre cuatro y diez veces más para paliar los daños.
Curiosamente, mientras a Mariano Rajoy su primo le dice que todo esto del cambio climático es un cuento y al tiempo que FAES apoya las tesis negacionistas que hace suyas José María Aznar y el centro de pensamiento neoliberal para el que trabaja, el Gobierno español hace exactamente lo contrario: ataca duramente a las renovables para potenciar el gas -a través de los ciclos combinados ruinosos- el fracking y las extracciones de crudo en mares especialmente sensibles.
Y por la misma senda anda la UE. A pesar de que el último Eurobarómetro señala que el 96% de los españoles y el 95% de los europeos consideran importante la protección del medio ambiente, al señor Jean-Claude Juncker no se le ocurre otra cosa que proponer a Miguel Arias Cañete como comisario de Energía y Acción para el Cambio Climático. Casi nada. Sin ningún escrúpulo pone al zorro al cuidado del gallinero. Pone al frente de esta importante cartera a un señor que proviene del lobbie petrolero (se ha apresurado a vender sus acciones en empresas del sector), que ha participado del ataque brutal a las energías limpias en España, que pertenece a un Gobierno negacionista del clima y que puso en marcha un proceso para privatizar zonas públicas españolas de alto valor medioambiental. Se han buscado los neoliberales un buen peón para defender a las gasistas y a las petroleras. Para frenar a las renovables y apoyar las extracciones de gas de esquisto. Para defender que no podemos intervenir en el mercado y que en estos momentos sería muy costoso actuar para detener el calentamiento climático porque supondría un freno para la economía. Es el personaje ideal para que no se actúe ante el daño que se está infligiendo a la Naturaleza que, al fin y al cabo, es de género femenino. Podría dar la impresión, si interviene para defenderla, de ser “machista” ante una “mujer indefensa”.